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Con temor reverente, Abraham se atrevió a interceder por la degradada ciudad, pensando quizá que, con su conducta, estaba ofendiendo a Dios. ¡Cuán equivocado estaba! De su experiencia, el patriarca aprendió de primera mano una preciosa lección que todos hemos de aprender: Dios “no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9, RVA-2015). Si Abraham, estaba interesado en la salvación de los perdidos, ¡más interesado estaba Dios!
¿Estás intercediendo por la salvación de algún ser querido? ¿O por alguien que está viviendo perdidamente? Cualquiera que sea el caso, recuerda que si tu amor por esa persona es grande, ¡mucho más grande es el amor de Dios! Como bien lo señala William G. Johnsson, ¡el mejor antídoto contra la ansiedad consiste en dejar todo en las manos de Dios! “Su cónyuge, su hijo, su amigo, esa persona por quien se preocupa: déjalos en las manos de Dios. Si nosotros nos preocupamos por ellos, ¡cuánto más nuestro Padre celestial!” (Contemplemos su gloria, p. 108).