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Como dice Samuel Gordon, la ancianita había olvidado todo lo que sabía de la Biblia, excepto una palabra, ¡pero en esa sola palabra tenía toda la Biblia!

¡Muy bien dicho, Gordon! Tenía toda la Biblia porque Jesucristo es la estrella de Jacob (Núm. 24:17); el príncipe de paz (Isa. 9:6); el sol de justicia (Mal. 4:2); el Cordero de Dios (Juan 1:29); el pan de vida (Juan 6:35); la luz del mundo (Juan 8:12); el Buen Pastor (Juan 10:11); el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6); el autor y consumador de nuestra fe (Heb. 12:2); el león de la tribu de Judá (Apoc. 5:5); el Rey de reyes y Señor de señores (Apoc. 19:16).

En otras palabras, tener a Jesús es poseerlo todo, ¡aunque nos falte todo! Razón tuvo Elena de White cuando escribió que Jesús es “el disipador de nuestras dudas, la prenda de todas nuestras esperanzas [...]. Es la melodía de nuestros himnos, la sombra de una gran roca en el desierto. Es el agua viva para el alma sedienta. Es nuestro refugio en la tempestad. Es nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención” (Reflejemos a Jesús, p. 13).

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