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–Deme uno –dijo el soldado–. Sus páginas me servirán para encender mi pipa.

Cuenta Richards que, al oír estas palabras, el colportor se entristeció mucho, pero continuó con su obra de “echar su pan sobre las aguas”, con la confianza de que después de muchos días lo recogería. Un año más tarde, el colportor se encontraba trabajando en el centro de Francia cuando buscó alojamiento en una posada. Ahí supo que los dueños habían perdido un hijo en la Guerra de Crimea. El joven había sido gravemente herido, pero pudo regresar a su hogar, donde murió poco después.

–Nuestro consuelo es que murió en paz y gozoso –dijo la madre–. Todo gracias a un pequeño libro que, según él nos dijo, llevaba para todas partes.

–¿Puedo ver ese libro? –preguntó el colportor.

Era un ejemplar del Nuevo Testamento, con esta inscripción: “Recibido en Tolón [fecha]; despreciado, descuidado, leído, creído. Aquí encontré la salvación”. El lugar y la fecha coincidían. Además, al libro le faltaban las últimas veinte páginas. Se trataba del mismo joven, y del mismo libro. Las páginas que al principio el joven usó para encender su pipa, al final encendieron la luz de la esperanza en su corazón. “La espada del Espíritu” había penetrado hasta lo más profundo de su alma, trayendo paz y salvación.

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