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Hay sabiduría en sus palabras. En primer lugar porque ¿quiénes somos tú y yo para decidir qué calificar como bueno y qué como malo de lo que nos ha sucedido en el pasado? ¿No es cierto que algunas de las experiencias que inicialmente calificamos como malas terminaron convirtiéndose en una bendición? Solo Dios tiene la facultad de ver el fin desde el principio, de ver el cuadro completo; por lo tanto, pidámosle que nos ayude a poner fin a esta malsana práctica de dividir nuestra vida entre “lo bueno” y “lo malo” que nos ha sucedido.

En segundo lugar, ¿no dice la Palabra que “a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien”? (Rom. 8:28). Si nuestros fracasos nos han convertido en personas más sabias, si nuestros errores han contribuido a que hoy seamos más maduros, si nuestros pecados nos han hecho depender más de Dios, ¿hay algo que debamos lamentar? Al contrario, ¡hay mucho por lo cual agradecer!

Siendo así las cosas, ¡no lamentemos nada! Al igual que los padres terrenales cuidamos de nuestros hijos, el buen Padre celestial ha cuidado de nosotros. Su mano guiadora nos ha traído hasta aquí. Y nos seguirá guiando hasta el día glorioso en que heredaremos todas las riquezas que él ha preparado para quienes lo aman.

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