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Cuando Colson y quienes lo acompañaban se disponían a salir, vieron que un miembro del grupo estaba en una de las celdas, orando con un preso. A su regreso, explicó por qué se había detenido en esa celda.

–Yo soy el juez Clement, el que sentenció a muerte a ese hombre. En aquel entonces él era un enemigo de la sociedad, y también mi enemigo. Pero conoció al Salvador, y nació de nuevo. Hoy es mi hermano, y nos sentimos como si fuéramos de la misma familia. Y todo, porque un grupo de cristianos vino a la cárcel y testificó de su fe en Cristo (“Vivamos por encima de las tinieblas”, Revista Adventista, marzo de 1982, p. 5).

En otras palabras, ¡brillaron para la gloria de Dios! ¿Qué significa, entonces, ser la luz del mundo? Significa, tal como lo señala nuestro texto de hoy, “sacar” nuestra la lámpara del cajón, y ponerla sobre el candelero, bien en alto, de modo que alumbre con la gloria de Jesucristo no solo a los que están en casa, ¡sino también al vecindario y el mundo entero!

Bendito Jesús, hoy quiero brillar para ti. Pero brillar de un modo que la atención se concentre en ti, porque solo tú eres digno de todo honor y toda gloria, hoy y siempre. Amén.

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