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La relación entre ambos no comenzó bien por esa razón. Luigi lo llamaba “terrún” (terrón o “negro”), un apelativo peyorativo que se usa en el norte de Italia para identificar a los originales del sur. El popular “cabecita negra”, como llamaban los porteños, en la década del cuarenta a los trabajadores que provenían del interior del país, en Argentina. Y Ciccio le llamaba “cornuto” (cornudo) a Luigi, que es también un apodo despreciativo, largamente usado en Sicilia para menoscabar la virilidad masculina. Sin embargo, ellos no se sentían ofendidos porque advertían que estaba naciendo un afecto superior entre ambos.
Luigi le enseñó a fumar. En un momento de descanso le alcanzó un cigarrillo encendido que, para Ciccio, representó un preciado salvoconducto a su mayoría de edad.
Luigi lo observó compasivamente y, tras un breve silencio, disparó la pregunta sobre lo que más le intrigaba: “ma, ¿che cazzo ci fai tu qui?” (Pero, ¿qué carajo haces aquí?). No toleraba la idea de que un chico de apenas dieciséis años con apariencia de haber cumplido recién los catorce, se encontrara de cara al drama de la guerra, sin haber sido invitado, desposeído de condiciones físicas y sin esgrimir razones convincentes. Colombo y Ciccio guardaban un hermético y tácito pacto de silencio acerca de la conversión de su condición de obrero a soldado.