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Ciccio no podía creer que había cambiado sus ropas de niño y sus viejos zapatos abotinados, por una indumentaria que lo ponía de cara a una contienda para la que se sentía preparado e ilusionado.
Se vinculó rápidamente al compañero que ocupaba la cucheta de arriba de su cama. Se llamaba Luigi Crespi. Originario de la provincia de Varese, provenía de un pueblo de 30.000 habitantes que se llamaba Busto Arsizio. Era un joven de 25 años, alto y fornido, que se destacaba por una extraordinaria destreza física obtenida como nadador semiprofesional. Su aspecto e imponente complexión contrastaban con su personalidad taciturna. Era estudiante de letras, amante de la poesía y de la música, lo que le otorgaba un cierto aire intelectual. Fue convocado por el “Ejército real italiano” al inicio del año 1917.
Confiaba en Luigi, quien mantenía actitudes amistosas hacia él. Sin embargo, el ambiente le era hostil. Casi todos los soldados, especialmente quienes habían combatido en el frente de batalla, expresaban un particular encono hacia los voluntarios como Ciccio, rayano al desprecio. No entendían la motivación que podía haberles llevado a cambiar la tranquilidad del hogar por la elevada hostilidad de un escenario de una guerra tan cruel y mortal.