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Solamente le interesaba empeñarse en aprender e incorporar velozmente las instrucciones que recibía a diario. Le fascinaba practicar los ejercicios complementarios que aprendía. Dotado de una habilidad especial para correr velozmente, se destacaba por completar el adiestramiento antes que sus futuros compañeros de la séptima compañía. Se había ganado el respeto de casi todos y el reconocimiento de los superiores que lo dirigían, por su notable y permanente disposición para el aprendizaje y desarrollo de sus tareas.

Orgulloso por haberse incorporado al Ejército Real Italiano, se sentía confortable e ilusionado por una probable inserción en un regimiento de infantería. Estaba atento a que se presentase una oportunidad.

Con su apariencia de niño Ciccio se ganó la confianza de los otros trabajadores y gozaba de la simpatía del capitán Cesare Colombo, un hombre muy serio, original de Taranto una ciudad del sur de Italia, sede de un importante puerto que contaba en ese entonces con 83.000 habitantes. Gracias a la docilidad y disposición al cumplimiento de las tareas encomendadas que poseía Ciccio, fue conquistando el aprecio del Capitán, de quien se había convertido casi en su asistente con el transcurso del tiempo. Una especie de “ayudante” civil, porque el capitán contaba con auxiliares militares.

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