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Sin embargo, su mirada, que era vivaz, y sus movimientos casi felinos inspiraban respeto a su edad. Y gozaba de una virtud. En su pueblo, era imbatible entre los jóvenes de su edad en las carreras de velocidad. Hasta había sido cronometrado en trece segundos para los cien metros. Ciccio ni siquiera soñaba con que esa condición le serviría para salvar su vida varias veces en el curso de los próximos meses.

Leía con atención y curiosidad ese pase de tren que le abría definitivamente las puertas de su destino soñado. Había dejado de lado sus temores y superado los inconvenientes que obstaculizaban su partida. Estaba decididamente en el camino anhelado y nadie podría desviarlo.

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El Ejército Real italiano

Entusiasmado, se trepó a un tren por segunda vez en su vida. A Ciccio no le costó mucho localizarse en una estación de tren como la de Siracusa. Después de transitar un par días por una oficina de reclutamiento donde le entregaron su identificación y el pasaje con las indicaciones para poder viajar, satisfecho y sonriente, se dispuso a abordar el tren que lo llevaría a Udine, sede del Comando General, su nuevo destino.

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