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El dolor del pueblo y el llanto de familias enteras se hallaban al margen de los maquiavélicos planes de monarcas, militares y políticos que originaban, propiciaban y decidían las guerras. Los eventuales huérfanos y mutilados, física y espiritualmente, no eran tenidos en cuenta. La soberbia ciega y feroz de sus ambiciones, amparada en la ineludible defensa de supuestos y ambiguos intereses colectivos, era la muralla que limitaba hasta la propia racionalidad de aquellos.

Mantenían inalterable una actitud ciega, muda y sorda, reemplazada por decisiones frías y calculadas con notable indiferencia al sentir popular. La gran mayoría del Pueblo italiano estaba en contra de la guerra. El Pueblo podía tener los ojos vendados, pero no era ciego. Tampoco dejaba de hacer presente a las autoridades su pensamiento y preferencias. A veces de manera frontal e intolerante, con una actitud donde se mezclaban irreverencia y falta de respeto.

Una carta clásica en la historia de la primera guerra mundial y firmada por una madre, estaba dirigida al Rey en estos términos:

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