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Al poder político europeo, en el siglo XIX, lo ejercían las realezas que gobernaban los distintos imperios. Sus acuerdos de conveniencia se consolidaban, en muchos casos, por uniones matrimoniales entre herederos de las casas imperiales. Los reyes pactaban el casamiento de sus hijos para consolidar acuerdos de dominación. Estas prácticas, propias de las monarquías, fueron reemplazadas en las democracias nacidas en el siglo XX, por acuerdos entre los Estados. Los imperios alemán, inglés y ruso, principales protagonistas del conflicto, eran gobernados por monarcas descendientes de la Reina Victoria de Inglaterra, que eran primos entre sí. Esta reina fue llamada la “abuela de Europa” porque sus descendientes llegaron a ocupar los tronos de diez imperios europeos, a tal punto que un tercio de 120 miembros de su familia residían en territorio enemigo del imperio británico.
No es de extrañar, entonces, que hasta las peleas y disputas familiares pudieran llegar a influenciar en la gestación de conflictos militares.