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El viejo tren a leña, la llamada “Vaporiera”, después de atravesar una decena de túneles, se detuvo lentamente en el andén principal de la estación de Siracusa. La curiosidad, casi infantil de Ciccio, hizo que sus dos ojos celestes se fijaran en un cartel que decía “Binario 2” (andén 2), sin entender que se trataba de la identificación del andén o plataforma 2. No tuvo tiempo de contemplar esa estación que era más importante que la de su ciudad natal. Sus dos amigos, que le acompañaban circunstancialmente con idéntico destino, tomándole del brazo, casi lo arrastraron hacia la oficina de reclutamiento, donde debían presentarse. El camino emprendido con ribetes de aventura en búsqueda de glorias soñadas, no admitía recodos turísticos.

Gavrilo Princip, un joven estudiante serbio, pertenecía al movimiento nacionalista “Unidad o Muerte” que se oponía tenazmente a la ocupación austro húngara del país eslavo. Ese Movimiento propiciaba separar Serbia de Austria y, junto a Bosnia, constituir la Yugoeslavia. Cuando en la mañana del 28 de junio de 1914, en la ciudad de Sarajevo, apretó el gatillo de su revólver para terminar con la vida del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero del trono de Austria, Gavrilo jamás debió haber pensado que su actitud habría de cambiar drásticamente la vida de innumerables personas de todo el orbe. Tampoco podría imaginar que esa bala dirigida al cuerpo del noble, iba a impactar también en el pecho de muchísimos jóvenes que, como él, pensaban y soñaban despiertos con un mundo mejor. Ese disparo fue la chispa maldita que sirvió como excusa a los “hombres grises” para desatar la Primera Guerra Mundial. Millones de jóvenes, como Gavrilo y Ciccio, que sin llegar a conocerse, se hallaron, de repente, envueltos en el holocausto pergeñado por el juego de las alianzas políticas de los imperios dominantes.

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