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Cuando, después de varios días, la primera correspondencia con las novedades de Ciccio se hizo esperanza en las manos de sus padres, ellos la leyeron con avidez. Con ojos llenos de lágrimas, Giovanni notaba en su interior la extraña sensación de un orgullo incipiente. Tenía un hijo que, con todas sus limitaciones, había asumido, con seriedad, la obligación de defender a su Patria. Su madre, doña Rosa, elevaba su mirada al cielo buscando los ojos de Dios y su oración se hacía súplica en sus labios, sin entender todavía qué había pasado.

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La antesala del espanto

Cuando el rey Vittorio Emmanuele convocó a los soldados italianos a la guerra diciéndoles:

“... soldati: A voi la gloria de piantare il tricolore d’Italia sui termini sacri che natura pose a confine della Patria Nostra. A voi la gloria di compiere finalmente l’opera con tanto eroísmo iniziata dai nostri padri... ”, (“ ... soldados, a ustedes deseo la gloria de plantar la bandera tricolor en los sagrados límites que la naturaleza colocó en los confines de Nuestra Patria. A ustedes deseo la gloria de cumplir finalmente la obra iniciada por nuestros padres...”), sus palabras sirvieron para anclar a Italia en una guerra innecesaria y cruel.

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