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A pesar de que se encontraban a unos quince kilómetros de la retaguardia italiana, las detonaciones de los cañones se hacían sentir, con lo que el clima de guerra ya era palpable. Todos los reclutas se esforzaban en permanecer calmos, pero el nerviosismo era creciente. El ambiente bélico se hacía sentir con fuerza. La aventura, aún plagada de incertidumbre, iba dejando lugar a temores y preocupaciones comunes, de una manera cada vez más sensible.
Sin embargo, el entusiasmo inicial de Ciccio no decaía; maduraba aceleradamente. Pero ante sus ojos, antes aviesos y centelleantes, surgían sentimientos de creciente preocupación. En poco tiempo, se iba tornando más reflexivo, mientras su mirada ganaba carácter y profundidad.
De cualquier manera, la hora estaba llegando. Ciccio sorprendió a Luigi preguntando por qué se concentraba el esfuerzo italiano en el rio Isonzo. Éste le dijo que el objetivo del Regio Esercito era abrir un callejón que lo llevara a Viena, el corazón de Austria, y al mismo tiempo impedir que se invadiera Italia desde Bosnia o Croacia, cruzando el Adriático. Ciccio lo miró con una sonrisa llena de asombro que denotaba que la explicación de su amigo lo había mareado y, por lo tanto, no entendía nada. Su perplejidad era tan impenetrable como su decisión de lucha. No sabía qué era Bosnia o Croacia. Tampoco si eran países o ciudades.