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Transcurría la primavera italiana con todo su esplendor. En medio de tanta belleza y abundancia, resultaba inexplicable que existieran hombres ocupados en matar y destruir.

Una brisa suave envolvía ese coloquio, mientras las flores enmarcaban la inocultable belleza de las aves que volaban haciendo caso omiso al imperante clima de maldad y agresión. El ocaso, con sus primeras sombras, llegaría sin avisar. Una sopa caliente, quizá la última, era el plato principal de esa noche, en la víspera de su partida hacia las líneas del frente italiano en Goritzia. Su meta era llegar a la retaguardia y, ahí, esperar la eventualidad de reemplazar a las líneas de vanguardia.

Con lógica inquietud, los soldados comentaban que en los últimos diez días el trajín había sido muy intenso. Los vigorosos preparativos y traslado de tropas, armamentos y medios de comunicación, generaban rumores acerca de que, en la segunda semana de mayo, el Regio Esercito italiano desencadenaría una poderosa ofensiva sobre las líneas de defensas austro húngaras. También se conocía, por medio de algunos oficiales y soldados que retornaban del frente de batalla, que existía un gran desplazamiento y concentración de importantes contingentes de tropa y armamentos del lado enemigo.

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