Читать книгу Schopenhauer como educador онлайн

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Pero ¿cómo nos reencontramos a nosotros mismos? ¿Cómo le es dado al hombre conocerse? Es ésta una cuestión oscura y enigmática; y si la liebre tiene siete pieles, el hombre puede arrancarle la suya siete veces setenta veces, sin poder por ello decir aún: «éste eres tú verdaderamente, ya no se trata de un mero envoltorio». Además, ahondar así en uno mismo y descender brutalmente por el camino más corto al hondón del propio ser no deja de ser un comienzo terrible, peligroso. Cuán fácil es causarse heridas al hacer lo que ningún médico puede curar. Y no sólo eso. Porque ¿para qué haría falta, si todo da testimonio de nuestro ser, nuestros amigos y nuestros enemigos, nuestra mirada y nuestros apretones de mano, así como lo que olvidamos y nuestros libros y los rasgos de nuestra pluma? Hay un medio, con todo, de organizar las averiguaciones decisivas y tomar nota de ellas. Que el alma joven eche una mirada retrospectiva a su vida y se pregunte: ¿qué has amado hasta ahora realmente, qué ha atraído a tu alma, qué la ha dominado y hecho, a la vez, feliz? Haz que desfile ante ti la serie de estos objetos venerados, y tal vez mediante su naturaleza y el orden de su sucesión te revelarán una ley, la ley fundamental de tu ser. Compara estos objetos, mira cómo uno completa al otro, cómo lo amplía y supera, cómo lo transfigura, cómo forman una escalera por la que has ascendido hasta ahora para acceder a ti mismo. Porque tu verdadera esencia no yace oculta en lo hondo de ti, sino inmensamente por encima de ti o, cuando menos, por encima de lo que usualmente consideras tu yo. Tus verdaderos educadores y formadores te revelan lo que es el genuino sentido originario y la materia básica de tu ser, algo en absoluto susceptible de ser educado ni formado, pero, en cualquier caso, difícilmente accesible, apretado, paralizado: tus educadores no pueden ser otra cosa que tus liberadores. Y éste es el secreto de toda formación: no proporciona prótesis, narices de cera, ni ojos de cristal. Lo que estos dones pueden dar es más bien la mera caricatura de la educación. Porque la educación no es sino liberación. Arranca la cizaña, retira los escombros, aleja el gusano que destruye los tiernos gérmenes de las plantas; irradia luz y calor; actúa como la benéfica llovizna nocturna; imita e implora a la naturaleza en lo que ésta tiene de maternal y compasiva. Es, en fin, la consumación de la naturaleza lo que lleva a plenitud su obra, previniendo sus golpes despiadados y crueles y haciéndolos mutar en bienes, cubriendo con un velo sus impulsos de madrastra y su triste falta de comprensión.

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