Читать книгу Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana). Cinco mujeres desaparecidas y ningún culpable онлайн
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Davidson le entregó un sobre de papel manila por la ventanilla.
—Autopsia y resultados toxicológicos —dijo—. Más todas las notas y entrevistas del caso.
Rory tomó el paquete, vio el nombre de Camille Byrd impreso en la parte inferior de la carpeta y pensó en la muñeca Kestner rota y en el pedido de ayuda del padre de la joven. Dejó caer la carpeta sobre el asiento del pasajero.
—Estás oficialmente en el caso —anunció Ron—. Hice todo el papeleo esta mañana.
—¿Cuándo fue la última vez que alguno de tus hombres le dedicó tiempo a esto? —le preguntó señalando el pesado sobre.
Davidson infló las mejillas y exhaló con aire derrotado. Rory se dio cuenta de que la respuesta lo avergonzaba.
—Tiene más de un año; hace meses que no se le agrega nada nuevo. En lo que va de este año ya hubo más de quinientos homicidios, así que, como te imaginarás, este caso está paralizado.
Rory recordó la mañana en Grant Park, cuando Ron le había mostrado el sitio donde habían encontrado el cadáver congelado de Camille. Sentía un gran dolor por ella, como sucedía con las víctimas de cuyos casos se ocupaba. Por ese motivo era tan selectiva. En el diminuto mundo de la reconstrucción forense, nadie obtenía los resultados de Rory Moore. Había insuflado vida nueva a casos que habían estado más congelados que un invierno de Chicago. Lo llevaba en los genes, sencillamente. Su ADN estaba programado para ver cosas que a otros se les escapaban, para conectar puntos que a todos los demás les parecían aleatorios e incongruentes. Dejaba las reconstrucciones sencillas —accidentes automovilísticos y suicidios— a otros colegas que podían lidiar con casos simples, de esos que hasta los detectives podían reconstruir con esfuerzo y un poco de suerte. Esos trabajos no le resultaban desafiantes. Ella reconstruía casos paralizados, que habían sido abandonados o que ya nadie creía que podían resolverse; lo lograba desarrollando una conexión profunda y personal con las víctimas. Para poder hacerlo, estudiaba sus historias; descubría quiénes eran y por qué las habían matado. Era una técnica demandante que la dejaba exhausta emocionalmente y a menudo la acercaba más a la víctima para la que buscaba justicia que a cualquier otra persona en su vida. Pero era la única forma en que sabía trabajar.