Читать книгу El Pueblo del hielo 10 - Tormenta de invierno онлайн
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Ella se acercó más a Eldar, de modo amenazante.
—Escúchame, Eldar. ¿A qué se debe esta debilidad repentina?
—No es debilidad. Los odio tanto como tú. ¡Solo soy racional, Gudrun!
La expresión en el rostro de la joven alternaba entre la sed de venganza ferviente y la astucia.
—Está bien, entonces yo no lo seré. Ahora me voy. ¿Me acompañarás?
—No, no los soporto. Esperaré aquí hasta que se hayan marchado.
Gudrun bajó por el sendero y entró al patio.
—Oh, ya veo —dijo ella con sorna—. ¿Los comerciantes han venido a la granja?
Los ojos de Villemo, que por un instante habían irradiado esperanza, ahora parecían tristes. Lo único que había hecho era explicar con la mayor amabilidad posible por qué habían acudido allí.
—Qué noble —dijo Gudrun mientras miraba con ojos brillantes al joven Tristan—. ¿Él es vuestro pariente?
—Sí, es mi primo, Tristan Paladín.
—¿Ah, sí? La última vez que lo vi tenía solo siete u ocho años. Hola —dijo ella mientras extendía la mano—. Soy Gudrun. ¡Bienvenido!
Tristan se ruborizó como un tomate. No mencionó que normalmente una granjera no estrechaba la mano de un Paladín. Ella debería haberle hecho una reverencia sumisa. Aun así, él tomó la mano de la chica y realizó una reverencia educada como le habían enseñado en la corte.