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Por lo cual, recogiendo todo lo expuesto, es manifiesta la primera opinión, a saber: que la autoridad del sumo filósofo, de quien se habla, está llena de vigor. Y no repugna a la autoridad imperial; mas aquélla sin ésta es peligrosa, y ésta sin aquélla es débil, no en sí misma, sino por el desorden de la gente; de modo que, unidas una con otra, son utilísimas y vigorosas. Y por eso está escrito en el de Sabiduría: «Amad la luz de la sabiduría vosotros todos cuantos presidís a los pueblos»; lo que quiere decir: Únase la autoridad filosófica con la imperial, para gobernar perfectamente. ¡Oh, míseros que en el presente gobernáis! Y ¡oh, misérrimos los que sois gobernados! Porque ninguna filosófica autoridad se une a vuestros mandamientos, ni por propio estudio ni por consejo; de modo que a todos se les pueden decir aquellas palabras del Eclesiastés: «¡Ay de la tierra cuyo rey es niño y cuyos príncipes comen a la mañana!; y a ninguna tierra puédesele decir lo que sigue: «Bienaventurada la tierra cuyo rey es noble y cuyos príncipes comen a su tiempo, por necesidad y no por lujuria!» Poned atención, enemigos de Dios, en los flancos, vosotros los que habéis tomado el mando de los regimientos de Italia; y a vosotros os digo, reyes Carlos y Federico, y a vosotros los demás príncipes y tiranos; y mirad quién se os sienta al lado a aconsejaros; y enumerad cuántas veces al día os es señalado el fin de la vida humana por vuestros consejeros. Mejor os estaría volar bajo como golondrinas, que como buitres dar altísimas vueltas sobre cosas viles.