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VIII

La más hermosa rama de cuantas surgen de la raíz racional es la discreción. Porque, como dice Tomás, acerca del prólogo de la Ética, conocer el orden de una cosa con otra es precisamente acto de razón; y eso es la discreción. Uno de los más hermosos y dulces frutos de esta rama es la reverencia que el mayor debe al menor. Y así Tulio, en el primero de los Offici, hablando de la belleza que sobre la honestidad resplandece, dice que la reverencia es de aquélla; y así como ésta es hermosura de honestidad, así su contraria es torpeza y olvido de lo honesto; el cual contrario puede llamarse en nuestro vulgar irreverencia o, más bien, insolencia. Y por eso, el propio Tulio en el mismo lugar dice: «Poner negligencia en saber lo que los demás opinan de uno, no sólo es propio de persona arrogante, sino disoluta»; lo cual no quiere decir sino que arrogancia y disolución es no conocerse a sí mismo, lo cual es principio de la medida de toda reverencia. Por lo cual yo, queriendo -con toda reverencia hablando al príncipe y al filósofo- quitarles a algunos la malicia de la mente, para infundirles luego la luz de la verdad, antes de proceder a reprobar las opiniones propuestas, mostraré cómo al reprobar éstas no se habla irreverentemente contra la majestad imperial ni contra el filósofo. Porque si en cualquiera parte de este libro me mostrase irreverente, nunca sería tan feo como en este Tratado: en el cual, hablando de nobleza, debo mostrarme noble y no villano. Y primeramente demostraré que no me atrevo contra la autoridad del filósofo; luego demostraré que no me atrevo contra la majestad imperial.

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