Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
1300 страница из 1361
En cuanto al capitán Wentworth, opinaba ella que debía éste conocer sus sentimientos lo suficiente como para no comprometer su honorabilidad, o poner en peligro la felicidad de cualquiera de las dos hermanas, escogiendo a Luisa en lugar de Enriqueta o a Enriqueta en lugar de Luisa. Cualquiera de las dos sería una esposa cariñosa y agradable. En cuanto a Carlos Hayter, le apenaba el dolor que podía causar la ligereza de una joven, y su corazón simpatizaba con las penas que sufriría él. Si Enriqueta se equivocaba respecto a la naturaleza de sus sentimientos, no podía decirse con tanta premura.
Carlos Hayter había encontrado en la conducta de su prima muchas cosas que lo intranquilizaban y mortificaban. Su afecto mutuo era demasiado antiguo para haberse extinguido en dos nuevos encuentros y no dejarle otra solución que reiterar sus visitas a Uppercross. Pero, sin duda, existía un cambio que podía considerarse alarmante si se atribuía a un hombre como el capitán Wentworth. Hacía sólo dos domingos que Carlos Hayter la había dejado y estaba ella entonces interesada (de acuerdo con los deseos de él) en que obtuviera el curato de Uppercross en lugar del que tenía. Parecía entonces lo más importante para ella que el doctor Shirley, el rector, -que durante cuarenta años había atendido celosamente los deberes de su curato, pero que a la sazón se sentía demasiado enfermo para continuar-, se sirviese de un buen auxiliar como lo sería Carlos Hayter. Muchas eran las ventajas: Uppercross estaba cerca y no tendría que recorrer seis millas para llegar a su parroquia; tener una parroquia mejor, desde cualquier punto de vista; haber ésta pertenecido al querido doctor Shirley, y poder éste, por fin, retirarse de las fatigas que ya no podían soportar sus años. Todas éstas eran grandes ventajas según Luisa, pero más aún según Enriqueta, hasta el punto de que llegaron a constituir su principal preocupación. Pero a la vuelta de Carlos Hayter, ¡vive Dios!, todo el interés se había desvanecido. Luisa no mostraba el menor deseo de saber lo que había conversado con el doctor Shirley: permanecía en la ventana esperando ver pasar al capitán Wentworth. Enriqueta misma parecía sólo prestar una parte de su atención al asunto, y parecía haber apagado también toda ansiedad al respecto.