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—¡Maldito demonio! —exclamé—. ¡Tu deseo se ha cumplido!

Pensé en Elizabeth, en mi padre, y en Clerval… y me sumí en una ensoñación tan desesperada y aterradora que incluso ahora, cuando el mundo está a punto de cerrarse ante mí para siempre, tiemblo al recordarla.

Así transcurrieron algunas horas. Pero poco a poco, a medida que el sol iba descendiendo hacia el horizonte, el viento se fue transformando en una ligera brisa, y el mar se vio libre de grandes olas; pero aquello dio paso a una fuerte marejada; me sentí enfermo y apenas capaz de sostener el timón, cuando de repente vi el perfil de tierra firme hacia el sur. Casi agotado por el cansancio y el sufrimiento, aquella repentina esperanza de vivir me embargó el corazón como una cálida alegría, y mis ojos derramaron abundantes lágrimas. ¡Qué mudables son nuestros sentimientos, y cuán extraño es ese apego tenaz que tenemos a la vida incluso cuando estamos sufriendo horriblemente! Preparé otra vela con parte de mi indumentaria e intenté poner rumbo a tierra con ansiedad. La orilla tenía un aspecto rocoso, pero a medida que me fui aproximando más, vi claramente señales de cultivos. Vi algunos barcos cerca de la orilla y de repente me vi transportado de nuevo junto a la civilización humana. Recorrí con inquietud las formas del terreno y descubrí con alegría un campanario, el cual vi elevarse a lo lejos, tras un pequeño promontorio. Como me encontraba en un estado de extrema debilidad después de tanto esfuerzo, decidí dirigirme directamente hacia la ciudad, porque sería el lugar donde podría procurarme algún alimento más fácilmente. Por fortuna, llevaba dinero.

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