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—Por supuesto.

—Yo sí me casé —dijo Myrtle, en un tono de ambigüedad.

—¿Por qué te casaste, Myrtle? —preguntó Catherine—. Nadie te obligó.

Myrtle meditó la respuesta.

—Me casé porque creí que era un caballero —dijo por fin—. Creí que sabía lo que es una buena educación, pero no valía ni para limpiarme los zapatos con la lengua.

—Pues durante un tiempo estuviste loca por él —dijo Catherine.

—¡Loca por él! —exclamó Myrtle con incredulidad—. ¿Quién ha dicho que estaba loca por él? Jamás he estado más loca por él que por ese hombre.

De repente me señaló con el dedo, y todos me miraron acusadoramente. Intenté que mi expresión dejara claro que yo no aspiraba a ningún tipo de aprecio.

—Mi única locura fue casarme. E inmediatamente supe que me había equivocado. Él le pidió prestado a no sé quién su mejor traje para la boda, y no me dijo ni una palabra, y el hombre vino a por su traje un día que mi marido no estaba. «Ah, ¿el traje es suyo?», dije, «pues ahora me entero». Se lo di y luego me eché en la cama y me pasé la tarde llorando sin parar.

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