Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
466 страница из 1361
¡Dios bendito…! Si por un instante hubiera imaginado cuáles podrían ser las diabólicas intenciones de mi enemigo infernal, habría preferido abandonar para siempre mi país, y haber vagado como un despreciable desheredado por el mundo, antes que consentir aquel desdichado matrimonio. Pero, como si tuviera poderes mágicos, el monstruo me había ocultado sus verdaderas intenciones; y cuando yo pensaba que únicamente preparaba mi propia muerte, solo conseguí precipitar la de una víctima que amaba mucho más.
A medida que se acercaba la fecha de nuestro matrimonio, tal vez por cobardía o por un mal presentimiento, me sentí cada vez más abatido. Pero oculté mis sentimientos bajo la apariencia de una alegría que dibujó sonrisas de gozo en el rostro de mi padre, aunque difícilmente pude engañar a la mirada más atenta y perspicaz de Elizabeth. Ella observaba nuestra futura unión con sosegada alegría, aunque no sin cierto temor, debido a las pasadas desgracias, y tenía miedo de que lo que ahora parecía una felicidad cierta y tangible pudiera desvanecerse de pronto en un sueño etéreo, y no dejara ni una huella, salvo una amargura profunda y eterna.