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Yo había estado tranquilo durante todo el día; pero tan pronto como la noche comenzó a enturbiar los perfiles de las cosas, mil temores se adueñaron de mi mente. Estaba angustiado y alerta, mientras con la mano derecha me aferraba a una pistola que tenía escondida en el pecho. Cada ruido me aterrorizaba, pero decidí que vendería cara mi vida y no evitaría el enfrentamiento que tenía pendiente hasta que mi propia vida, o la de mi adversario, se extinguiera.
Elizabeth, tímida y temerosa, observó en silencio mi inquietud durante unos instantes. Al final, dijo:
—¿Por qué estás nervioso, mi querido Victor? ¿De qué tienes miedo?
—¡Oh, tranquila, tranquila, mi amor…! —le contesté—. Espera que pase esta noche, y ya podremos estar seguros… Pero esta noche es horrible, esta noche es espantosamente horrible…
Pasé una hora en aquel estado de nervios, y entonces, de repente, pensé cuán horroroso sería para mi esposa presenciar el combate que de un momento a otro imaginaba que tendría lugar; y por eso le rogué con vehemencia que se retirara a dormir, decidido a no ir con ella hasta que no supiera algo de mi enemigo.