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Pero… ¿por qué tendría que recrearme en los sucesos que siguieron a esta insoportable tragedia? La mía ha sido una historia de horror. Ya he alcanzado el punto culminante; y lo que puedo relatar de aquí en adelante puede resultarle tedioso, ahora que ya he narrado cómo aquellos a quienes quería me fueron arrebatados uno tras otro, y yo quedé hundido en la desolación más profunda. Estoy muy cansado, y solo puedo describir en pocas palabras lo que queda de mi espantosa historia.

Llegué a Ginebra. Mi padre y Ernest aún estaban vivos, pero el primero fue incapaz de soportar las dolorosísimas noticias que yo les llevaba. Puedo verlo ahora… era un anciano venerable y maravilloso. Su mirada se perdió en el vacío, porque había perdido a la persona que era su razón de vivir y su alegría: su sobrina, que era más que una hija para él, a la cual había entregado todo el cariño de un hombre que, en el ocaso de su vida, y teniendo pocas personas queridas, se aferra con más fervor a aquellas que aún le quedan. Maldito, maldito sea el demonio que derramó el dolor sobre sus canas y lo condenó a terminar sus días sumido en la desdicha. No pudo vivir rodeado de los espantos que se habían acumulado a su alrededor. Sufrió un ataque de apoplejía y, pocos días después, murió en mis brazos.

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