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—Ese es el ser al que acuso y al que le pido que detenga y castigue con toda su fuerza. Ese es su deber como magistrado, y creo y espero que sus sentimientos como ser humano no le permitan desertar de esas funciones en esta ocasión.

Aquella petición produjo un notable cambio en la fisonomía de mi interlocutor. Había escuchado mi historia con aquella especie de credulidad a medias que se le concede a los cuentos de espíritus y fantasmas; pero cuando se le instó a actuar oficialmente y en consecuencia, recuperó de inmediato toda su incredulidad. En todo caso, me respondió con amabilidad.

—De buena gana le prestaría toda la ayuda posible; pero la criatura de la que usted me habla parece tener poderes capaces de desafiar todos mis esfuerzos. ¿Quién puede perseguir a un animal que puede cruzar el mar de hielo y vivir en grutas y cuevas donde ningún hombre se aventuraría a entrar? Además, han transcurrido ya algunos meses desde que se cometieron los crímenes y nadie puede ni siquiera imaginar adónde puede haber ido o en qué lugares vivirá ahora.

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