Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Cuando me recobré, me encontré en medio de la gente de la posada. Sus rostros expresaban claramente un espantoso terror, pero el horror de los demás solo me parecía una pequeña farsa, una sombra de los sentimientos que me atenazaban a mí. Me abrí camino entre ellos hasta la alcoba donde yacía el cuerpo de Elizabeth… mi amor… mi esposa… Solo unos instantes antes estaba viva… mi querida… mi preciosa… La habían cambiado de postura y ya no se encontraba como yo la había visto; y ahora, tal y como estaba tendida, con la cabeza sobre un brazo y un pañuelo cubriéndole el rostro y el cuello, podría haber pensado que estaba dormida. Corrí hacia ella y la abracé con locura, pero la mortal frialdad de su cuerpo me recordó que lo que estaba sosteniendo en mis brazos ya había dejado de ser la Elizabeth que yo había amado y adorado; la marca de las garras asesinas de aquel demonio aún permanecían en el cuello, y sus labios ya no tenían aliento.
Mientras aún la tenía en mis brazos, en la agonía de la desesperación, se me ocurrió levantar la mirada. La alcoba había quedado casi a oscuras, y sentí una especie de terror pánico al ver cómo la pálida luz de la luna iluminaba la habitación. Los postigos se habían abierto y, con una sensación de horror que no se puede describir, vi por la ventana abierta aquella figura odiosa y aborrecible. Había una sonrisa burlona en el rostro del monstruo; parecía reírse de mí mientras, con su diabólico dedo, señalaba el cadáver de mi esposa. Me abalancé hacia la ventana y, sacando la pistola de mi pecho, disparé… pero consiguió esquivarme, huyó de un salto y, corriendo a la velocidad de un rayo, se arrojó al lago. Al oír el estallido de la pistola, muchas personas acudieron a la habitación. Les indiqué por dónde había huido, y lo perseguimos con barcos y redes, pero todo fue en vano; y, tras pasar varias horas en su busca, regresamos desesperanzados; la mayoría de los que me acompañaban creyeron que aquella figura solo había sido fruto de mi imaginación. De todos modos, después de regresar a tierra, comenzaron a buscar por el campo, y se formaron distintas partidas que se dispersaron en diferentes direcciones por los bosques y los viñedos. Yo no los acompañé.