Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

469 страница из 1361

Cogí la mano de Elizabeth.

—Estás triste —le dije—. ¡Ay, mi amor, si supieras lo que he sufrido y lo que tal vez aún tenga que soportar, procurarías dejarme saborear la tranquilidad y la ausencia de desesperación que al menos me permite disfrutar este único día!

—Sé feliz, mi querido Victor —contestó Elizabeth—; confío en que no haya nada que te inquiete; y puedes estar seguro de que mi corazón está feliz, aunque no veas en mi rostro una alegría excesiva. Algo me dice que no deposite muchas esperanzas en las perspectivas que se abren ante nosotros, pero no quiero escuchar esas voces siniestras. Mira qué deprisa navegamos y cómo las nubes, que a veces oscurecen y a veces se elevan sobre la cúpula del Mont Blanc, consiguen que este maravilloso paisaje sea aún más hermoso. Mira también los innumerables peces que nadan en estas límpidas aguas, donde se pueden ver claramente todas las piedras que yacen en el fondo. ¡Qué día más hermoso…! ¡Qué feliz y serena parece toda la naturaleza!

Así era como Elizabeth intentaba distraer sus pensamientos y los míos de cualquier reflexión sobre asuntos melancólicos, pero su ánimo era muy voluble. La alegría brillaba durante unos breves instantes en su mirada, pero la felicidad constantemente dejaba paso a la tristeza y al ensimismamiento.

Правообладателям