Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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—No tengo la menor duda —contesté— de que anda rondando cerca de donde yo vivo. Y si en efecto se hubiera refugiado en los Alpes, podrían cazarlo como a una gamuza y abatirlo como a una bestia de presa. Pero ya sé lo que está pensando: no da crédito a mi relato, y no tiene ninguna intención de perseguir a mi enemigo y castigarlo como merece.
Mientras hablaba, la ira centelleaba en mis ojos. El magistrado se arredró:
—Está usted equivocado —dijo—; lo intentaré; y si está en mi poder atrapar al monstruo, puede estar seguro usted de que recibirá el castigo que merecen sus crímenes. Pero me temo que será imposible, por lo que usted mismo ha descrito a propósito de sus características; y, mientras se toman todas las medidas pertinentes, debería usted intentar prepararse para el fracaso.
—¡Eso es imposible! —dije furioso—. Pero todo lo que pueda decir no servirá de mucho. Mi venganza no le importa nada a usted; sin embargo, aunque admito que es una obsesión, confieso que es la única pasión que me devora el alma; mi furia es indescriptible cuando pienso que aún existe el asesino a quien yo mismo arrojé a este mundo. Usted rechaza mi justa petición. No tengo más que un camino, y me dedicaré, vivo o muerto, a intentar destruirlo.