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La niña trabajaba mucho durante el día, y a menudo la amenazaba la Bruja con golpearla con el viejo paraguas que llevaba siempre en la mano; pero en realidad no se atrevía a castigarla debido a la marca que tenía Dorothy en la frente. La pequeña ignoraba esto y temía por sí misma y por Toto. En una oportunidad la Bruja golpeó a Toto con el paraguas y el valeroso perrito se defendió mordiéndola en la pierna. Claro que la malvada mujer no sangró por la herida; pues era tan mala que la sangre se le había secado hacía muchos años.

La vida de Dorothy se fue tornando muy triste a medida que comprendía lo difícil que le sería regresar al lado de su tía Em. A veces lloraba durante horas enteras, con Toto tendido a sus pies y mirándola fijamente mientras gemía apenado para demostrar lo mucho que sufría por su amita. Al perrito no le importaba realmente si nunca volvían a Kansas o al País de Oz siempre que Dorothy estuviera con él, pero se daba cuenta de que la niña sentíase desdichada, lo cual lo apenaba muchísimo.

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