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—¿Dónde estás?

—En todas partes —respondió la voz—, pero soy invisible para los ojos de los mortales comunes. Ahora iré a sentarme en mi trono para que puedan conversar conmigo.

En efecto, la voz pareció llegar ahora desde el trono, de modo que todos marcharon hacia allí y se pararon formando fila ante el gran sillón.

—He venido a pedirte que cumplas tu promesa, Gran Oz —dijo Dorothy.

—¿Qué promesa? —preguntó Oz.

—Dijiste que me enviarías de regreso a Kansas cuando estuviera muerta la Bruja Maligna.

—Y a mí me prometiste un cerebro —intervino el Espantapájaros.

—Y a mí un corazón —dijo el Leñador.

—Y a mí valor —terció el León Cobarde.

—¿De veras ha muerto la Bruja Maligna? —inquirió la voz, y a Dorothy le pareció que el tono era un poco tembloroso.

—Sí —repuso—. La derretí con un cubo de agua.

—¡Cielos, qué súbito! —dijo la voz—. Bien, ven a verme mañana, pues necesito tiempo para pensarlo.

—Ya has tenido tiempo de sobra —declaró en tono airado el Leñador.

—No queremos esperar más —dijo el Espantapájaros.

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