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El Espantapájaros era ahora el gobernante de la Ciudad y aunque no era un Mago, la gente se mostraba orgullosa de él.

—Porque no hay ninguna otra ciudad del mundo gobernada por un hombre relleno de paja —decían.

Y, que ellos supieran, estaban en lo cierto.

Un día después que el globo se hubo llevado a Oz, los cuatro amigos se reunieron en el Salón del Trono para hablar de la situación. El Espantapájaros sentóse en el gran sillón y los otros, muy respetuosos, permanecieron de pie ante él.

—No estamos tan mal —dijo el nuevo gobernante—, pues este Palacio y la Ciudad Esmeralda nos pertenecen y podemos hacer lo que nos plazca. Cuando recuerdo que no hace mucho estaba clavado en un poste en medio de un maizal y que ahora soy el gobernante de esta hermosa ciudad, me siento muy satisfecho con mi suerte.

—Yo también estoy contento con tener un corazón —manifestó el Leñador—, y en realidad era lo único que ansiaba en el mundo.

—Por mi parte me alegra saber que soy tan valiente como cualquier otra fiera... si es que no lo soy más —dijo el León con gran modestia.

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