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Para su gran júbilo, el cuarto día la mandó llamar Oz, y cuando entró en el Salón del Trono la saludó afablemente.

—Siéntate, queridita. Creo que he hallado el modo de sacarte de este país.

—¿Y de regresar a Kansas? —inquirió ella ansiosamente.

—Bueno, no estoy seguro respecto de Kansas —fue la respuesta—, pues no tengo la menor idea del rumbo a tomar; pero lo principal es cruzar el desierto, y entonces ha de ser fácil hallar el camino de regreso al hogar.

—¿Cómo puedo cruzar el desierto?

—Te diré lo que pienso —expresó el hombrecillo—. Cuando vine a este país lo hice en un globo. Tú también viniste por el aire, ya que te trajo un ciclón. Por eso creo que la mejor manera de cruzar el desierto ha de ser por el aire. Ahora bien, para mí es imposible hacer un ciclón, pero ha estado pensando en el asunto y creo que puedo hacer un globo.

—¿Cómo?

—Los globos se hacen con seda a la que se recubre de goma para que no escape el gas. En el Palacio tengo seda de sobra, de modo que no será difícil fabricar un globo. Pero en todo este país no hay gas para llenar el globo a fin de que se eleve.

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