Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

649 страница из 1361

—Si no se eleva no nos servirá de nada —puntualizó Dorothy.

—Verdad —contestó Oz—. Pero hay otra manera de hacerlo volar, y es llenándolo de aire caliente. No es tan bueno como el gas, pues si el aire se enfriara el globo caería en el desierto y los dos estaríamos perdidos.

—¿Los dos? —exclamó la niña—. ¿Irás conmigo?

—Sí, claro. Estoy cansado de ser tan farsante. Si saliera del Palacio mis súbditos descubrirían muy pronto que no soy un Mago, y entonces se enfadarían conmigo por haberlos engañado. Por eso tengo que permanecer encerrado en estos salones todo el día, lo cual es cansador. Más me gustaría irme a Kansas contigo y volver a trabajar en el circo.

—Con gusto acepto tu compañía —dijo ella.

—Gracias. Ahora, si me ayudas a coser las piezas de seda, empezaremos a confeccionar el globo.

Dorothy tomó aguja e hilo y, tan pronto como Oz cortaba las piezas de seda de la forma adecuada, ella las iba uniendo. Primero colocó una tira de seda verde clara, luego una verde oscura y después otra verde esmeralda, pues Oz quería dar al globo diversos matices de su color preferido. Tardó tres días en unir las piezas, pero cuando hubo terminado tenían un gran globo de seda verde de más de seis metros de largo.

Правообладателям