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Entre sus más rabiosos opositores –secreta y traicioneramente apoyados desde León por Alfonso IX– se hallaban tres hermanos: los condes Fernando, Gonzalo y Álvaro Núñez de Lara. Pese a que este último había sido alférez mayor del rey Alfonso VIII, desencadenó en la vida de doña Berenguela una nueva tragedia, que sin embargo terminaría aventajando a su hijo Fernando.

Luego de un levantamiento atizado por los Núñez de Lara, Enrique I fue tomado rehén por el insidioso Álvaro. Así, pudo chantajear a doña Berenguela para que le entregase la regencia. Ella accedió haciéndole jurar que le consultaría antes de tomar medidas de gobierno trascendentales.

Ya en el poder, en 1215 fue evidente que el juramento de Álvaro no valía ni medio maravedí. Jamás liberó a Enrique, a quien mantenía capturado en el Palacio Episcopal de Palencia. A la vez, su opresivo gobierno generó el surgimiento de coaliciones nobiliarias para derrocarlo. Temiendo represalias de los alvaristas, doña Berenguela envió a su hijo Fernando a León para que quedara bajo la protección de su padre. Ella debió huir y pudo refugiarse en la propiedad de su mayordomo, don García Fernández de Villamayor.

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