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Aun así, el rey castellano sospechaba que el acuerdo haría aguas. ¿Su duda se debía a la bien ganada fama que tenía Alfonso IX de mujeriego, amante de las fiestas y afecto a procrear bastardos? No. El Noble temía una nulidad papal, pues los contrayentes eran primos hermanos.

Los temores del padre de la infanta tenían un antecedente. Alfonso IX se había casado en 1191 con Teresa de Portugal. Ambos también eran primos hermanos y les nacieron tres hijos: Sancha (1191-antes de 1243), Fernando (1192-1214) y Dulce (1194-1248). Pero cinco años después de la boda, el papa Celestino III anuló el matrimonio por razones de consanguineidad, aunque reconoció a los vástagos de la pareja y el varón mantuvo su condición de heredero del trono leonés.

Igualmente, Alfonso VIII no se retrajo: apostó a la paz entre los reinos, fiándose de una dispensa pontificia al casamiento entre los primos. Y en 1197, cuando Berenguela tenía diecisiete años y el rey leonés, veintiséis, hubo boda en Valladolid. Entonces ella dejó Castilla para vivir junto a su marido en León.

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