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En esas Cortes de Valladolid, doña Berenguela interpuso su condición de primogénita de Alfonso VIII. Así logró ser reconocida como legítima heredera. Fue entonces proclamada y coronada reina de Castilla en la Plaza del Mercado de Valladolid el 2 o 3 de julio de 1217.

Su reinado duró menos de un mes y medio. No porque la derrocaran. La fugacidad en el trono fue una estrategia de la reina. Sí, porque inmediatamente hizo otra movida, que demostró su astucia para prever lo que convenía a futuro; Berenguela renunció a la corona y abdicó a favor de su hijo.

Y Fernando pasó a ser el rey Fernando III de Castilla.


En nombre del hijo

Fernando III fue reconocido por los nobles del reino, quienes el 17 de agosto de 1217 en la iglesia de Santa María de Valladolid realizaron el homenaje correspondiente a un nuevo rey. Y pese a lo poco que doña Berenguela llevó la corona, siempre fue para sus súbditos y para su hijo la Reina Madre o Berenguela la Grande.

La primera tarea que tuvo ante sí Fernando fue la pacificación del reino. Para ello debía aplacar la rebeldía de los Núñez de Lara. Y como si eso fuera poco, al joven rey y a su madre se les interpuso un enemigo insospechado.

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