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Gregorio IX aconsejó a Fernando III desistir de sus intenciones bélicas o llegar a una tregua con Teobaldo. Nunca se formalizó un armisticio, pero el castellano detuvo su ya activada maquinaria bélica.

De todos modos, siguieron años de discordia entre ambos reinos. Discordia que llegará a su cenit en 1253, cuando Alfonso, ya coronado rey, intentará anexar una Navarra reinada por el sucesor de quien había demostrado carecer de honor regio.

La discreta partida de una madre

Alfonso amaba a su madre, la reina Beatriz, pese a haber tenido con ella contactos esporádicos cada vez que de Villaldemiro y Celada se trasladaba a Burgos. Vínculo que se fue estrechando cuando sus estadías en el palacio se hicieron más prolongadas y luego permanentes.

Es posible que desde joven Beatriz no gozara de muy buena salud o que empezara a deteriorarse a medida que se acercaba a los treinta años, debido a su organismo debilitado por una maternidad tan reiterada.

En 1235, cuando la reina tenía treinta y siete años, trajo al mundo a una niña a la que llamaron María, que al parecer nació muerta o falleció tras el parto. Igualmente, en noviembre de ese año Beatriz viajó con su marido, como era habitual, a diversos lugares del reino. En la ciudad de Toro, sin presentar síntomas previos, la germana que se había arraigado en Castilla, la erudita sensata de cabellos tan rubios que llegaban a parecer blancos, la de tez pálida que se ruborizaba con facilidad, la de cautivantes ojos azules falleció el 5 de noviembre de 1235. Y falleció con la misma discreción y tranquilidad que la habían caracterizado y que a su llegada a tierras castellanas todos alabaron como virtudes.

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