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Su cadáver fue trasladado al monasterio de las Huelgas Reales de Burgos y alojado con honores en un sepulcro junto al del malogrado Enrique I de Castilla. En 1279, su hijo, el rey Alfonso X, ordenaría trasladar el cuerpo a la Catedral de Sevilla. La tumba original se convirtió por entonces en objeto de veneración de los fieles: con los años, popularmente se la consideró “beata”. Y como tal, hasta la actualidad tiene una fecha en el santoral profano: el 5 de noviembre.

Sí, en el santoral profano, porque Beatriz de Suabia todavía espera que el Vaticano confirme ese título.

Siete siglos después de su muerte, en 1948, se inauguró el sepulcro que en el presente conserva los restos de la reina Beatriz. El monumento se encuentra en el lado de la Epístola de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, templo donde sus restos yacen junto a los de otros seres que amó en vida.

Una futura condesa de Francia para el rey

Sí, aquella fue una existencia conyugal armoniosa, sin traiciones, seguramente marcada por el amor pese a haber surgido de un acuerdo concertado por otros. Y Fernando quedó devastado por la pérdida de su consorte, tal vez demostrando cariño consolador hacia sus hijos o sufriendo en soledad mientras los ayos o tutores se encargaban de contener la pena de ocho vástagos huérfanos de madre.

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