Читать книгу Alfonso X. Esplendores y sombras del Rey Sabio онлайн

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Doña Berenguela seguro acompañó a Fernando durante las exequias y, lejos de los ojos ajenos, apañó sus lágrimas de viudo. Pero las condolencias fueron solo por un tiempo, breve tiempo hasta que ella consideró que debía ponerse en acción.

A la Reina Madre seguía importándole la felicidad de su hijo. Aunque también temía que viéndose libre, urgido por satisfacer sus deseos de hombre de treinta y cinco años, y necesitado de una compañía que no fuera la de sus soldados, el rey cayera en los vicios que había evitado al casarlo tan joven. Vicios que sin dudas mancharían el honor que lo caracterizaba y podían menguar su figura ante los estamentos del reino, ya que los actos ilícitos que un monarca cometía en su vida privada eran los secretos mejor conocidos por cada súbdito.

El rey de Castilla y León necesitaba con urgencia una nueva reina.

Y otra vez doña Berenguela volvió a desechar piezas del tablero para encontrar a esa consorte. Repitiendo jugadas, excluyó a las infantas hispánicas para evitar la consanguineidad cercana. Se propuso que la candidata tuviera el mismo rango que el viudo o al menos se le aproximara. Y para que la asistiera en la elección y en las negociaciones, recurrió a su hermana Blanca: la misma reina de Francia que hacía casi dos décadas pudo haberle indicado que en la corte de Suabia se hallaba la joya que necesitaba la corona de Fernando III.

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