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Hace cinco años se graduó de chef en la escuela de gastronomía de una de las universidades del litoral. Trabajó en diferentes restaurantes de su tierra natal, pero cuando se le presentó la oportunidad de dirigir un establecimiento de comida italiana de mucha notoriedad en uno de los mejores barrios de la capital, dejó todo, incluso a su hermana para mudarse a vivir en la ciudad principal.

Para ella, las artes culinarias son una pasión. Los manjares italianos, una manera de vivir. Una meta. Una obsesión.

A pesar de no haber visitado Italia aún, sabe a la perfección, por sus estudios, por su tenacidad en investigar y aprender, cuáles son los platos típicos de cada provincia o ciudad. El fettuccine en Nápoles, la salsa pesto en Génova, el spaghetti en Sicilia. En Roma el bucatini. El tortelli en Lombardía. Los risottos en el noroeste del país. Pero también conoce como se prepara un carpaccio, una sopa minestrone, la salsa pomodoro y hasta los grissinis; los ravioles, los canelones e incluso la pizza con las variedades propias de su origen y además, las que ella misma ha inventado.

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