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Voy hacia un escritorio pequeño de madera que está a un costado del cuarto y noto que están reventadas las bisagras del cajón que ahora está vacío. Se llevaron el dinero que guardaba para comprar los implementos de mi trabajo. Levanto mi mirada y la ventana que da a la calle, está forzada. Rota. Por ahí entraron y salieron pero si sólo querían el dinero, ¿por qué destrozaron mis cosas?

Retrocedo. Salgo y dejo todo como está. Subo. Margot me espera angustiada. Suda por el temor y los nervios. Está pálida y tiembla.

—Ahora llama a la policía— le digo.

—¿Qué pasó, Mauro?

—Se llevaron el dinero destinado para las compras de los materiales y lo destrozaron todo.

—¡Dios mío!

—Llama a la policía, por favor.

En veinte minutos hay gente que revisa todo. Toman fotografías, intentan tomar huellas. Todo inútil. No hay evidencia de nada que pudiera llevar a la sospecha de quién lo hizo.

Algún vagabundo que necesitaba el dinero —me dice un oficial— Lo siento. Vamos a intentar encontrar alguna pista pero es difícil. Este tipo de robo no deja rastro.

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