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Había dedicado más de veinte minutos a pensar qué ropa ponerse, qué conjunto sería el adecuado para que no destacara demasiado su casi metro setenta de altura, pero que a la vez invitara a sus nuevos compañeros a relacionarse con ella para iniciar una amistad. «Ni que tuviese una cita con un chico», pensó avergonzada. Finalmente, unos jeans ajustados, unas deportivas blancas y una blusa color crema con estampado floral se habían impuesto al conjunto formado por vestido liso y sandalias. Los colores claros resaltaban su piel, que permanecía bronceada todo el año y que le proporcionaba un atractivo natural sin necesidad de maquillaje.

La entrada del campus con grandes puertas acristaladas conducía a un ancho pasillo que desembocaba en unos jardines soleados. Había gente sentada en el césped leyendo o simplemente tomando el sol. Grupos de estudiantes comentaban impacientes las nuevas asignaturas del curso. A Melissa le gustó ver esa imagen a modo de fotografía en la que ella esperaba aparecer dentro de unos días, sentada con sus nuevos compañeros mientras repasaban e intercambiaban los apuntes tomados en clase. Estudiantes pasaban a su lado con carpetas y libros en las manos, entrando y saliendo de la biblioteca, de las aulas o la cafetería, que se encontraba subiendo una pequeña cuesta arbolada. Inmersa en esa fotografía mental, no se había percatado de que estaba en medio de un patio que comunicaba los diferentes edificios del campus cuando, de repente, escuchó una voz amable a su espalda.

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