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—Yo también —dijo Carbonell, mostrando sus cartas y una sonrisa traviesa—. Escalera al diez.

—Mierda —farfulló Vila.

Rafa tiró las cartas con desgana sobre el tapete, aceptando la derrota, y alzó la copa en un brindis ficticio.

—Por más noches como estas.

6

Bilbao, septiembre 2016

El viaje en autobús desde su apartamento compartido hasta el campus universitario se le antojó eterno.

Melissa no veía el momento de empezar el nuevo curso, su nueva vida. Las pocas horas que había conseguido dormir aquella noche había soñado con su padre y con la última vez que lo vio al despedirse de él. Lo esperaba a la salida del trabajo, sentada sobre su equipaje, viendo cómo hablaba con un hombre alto y tan ancho que la camiseta le apretaba los bíceps. Llevaba el cráneo rapado y un pequeño tatuaje en la nuca en forma de espiral. Tenía aspecto de extranjero y pretendía sonreír con amabilidad, a pesar de que la mueca en sus labios no lo reflejase. En otra situación, parecería peligroso. Su padre le fue a dar la mano para despedirse de él, pero el hombre rehusó el gesto y lo abrazó como un oso. Un abrazo muy parecido al que le dio ella antes de subir al taxi que la llevaría al aeropuerto.

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