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Carbonell dejó la americana colgada en el respaldo de la silla y se aflojó el nudo de la corbata antes de coger el mazo de cartas para empezar a barajar y repartir.

—¿Qué horas son estas de llegar, Ray?, ¿has estado con el juez Marchena o qué? —preguntó Rafa, burlón.

—Tu amigo, ¿no? —contestó Carbonell, guiñándole un ojo.

Rafa rio entre dientes.

—Íntimo. De esos amigos a los que le darías una bolsita con heces de camello para que se hiciese una infusión.

Vila se remangó la camisa para empezar a jugar.

—¿De veras queréish hablar del juicio?

—Es un desahogo necesario, Vila —espetó Rafa—. Por salud. ¿No te das cuenta de que la sentencia estaba escrita antes de que empezara el juicio? El Alto Tribunal se pasó por el forro los atestados contradictorios, las declaraciones inventadas de los testigos y las pruebas de las defensas.

Rafa apuró su copa y continuó con el sermón:

—Toda la mandanga retransmitida en directo es el circo mediático que deben mostrar para que los observadores europeos vean que somos un país democrático.

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