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Había dejado atrás la catedral de Barcelona y se adentró en la plaza Sant Jaume, donde, enfrentados, el Palau de la Generalitat y el Ayuntamiento observaban displicentes cómo Carbonell los atravesaba por la mitad con su ligero taconeo. «Nunca sabremos —pensó— las verdades y falacias, las comisiones y sobres, las malversaciones y prevaricaciones que habrán encubierto, enmascarado o gritado estos dos edificios. Quizás no las queremos saber y preferimos vivir en esa ignorancia perpetua que te acerca encandiladamente a una felicidad absurda, pero felicidad, al fin y al cabo. Alejarse de la verdad, a menudo, te sumerge en un estado transitorio de bienestar conducido por el desconocimiento. En ocasiones, acercarse a ella es caer en las garras de la desolación, motivada por la cruda realidad. No hay un bando bueno y malo —concluyó—. Solo es cuestión de elegir uno».

Recordó su primer año como fiscal. Después de concluir la licenciatura de derecho con una nota media de excelente y superar las oposiciones con la mejor calificación, se incorporó a la oficina del fiscal. Al poco tiempo la Generalitat abrió un concurso de obras públicas, cuya empresa ganadora se embolsaría una más que apetecible suma de dinero atendiendo al volumen del proyecto. Una mañana, una señora llena de abalorios, pelo rizado, americana cruzada y falda hasta las rodillas, se presentó en el despacho de Carbonell diciendo ser la consejera delegada de una importante empresa que participaría en el concurso convocado por el Govern. La mujer, conocedora de que el fiscal debía trabajar codo con codo con el conseller de Justicia y de Interior, le hizo una propuesta. Su empresa le proporcionaría aparcamiento gratuito en todos los parkings subterráneos de la ciudad de su propiedad durante los próximos diez años. No habría intercambio de dinero, no habría entrega de ninguna tarjeta ni ningún abono. Simplemente la máquina encargada del acceso al parking reconocería la matrícula de su coche y dejaría expedito el paso. A cambio, Carbonell únicamente debería proponer esa candidatura como la más ventajosa delante de los capos de la Generalitat. El fiscal se encontraba ante una de esas situaciones que solo ves en la ficción, en las series de televisión y que, si se te presentara el caso, todo el mundo se preguntaría qué haría. Cómo actuaría. Quizás no fuera tan fácil.

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