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Folch se recostó en la silla, que se venció levemente ante el peso de su espalda.

—¿Y qué conseguiría con eso?

—En poco tiempo tendrá uno o dos días de permiso para salir del centro psiquiátrico penitenciario y, además, quedará incluido directamente en el nuevo programa asistido por psicoanalistas especializados.

Carbonell hizo una pausa. Como si pensara antes de continuar.

—Se preguntará cómo conseguiré esas condiciones. Yo soy el fiscal y usted no. Piense que su cliente, en un breve plazo de tiempo, podrá disfrutar de uno o dos días de libertad a la semana, y su recuperación psicológica podrá ser más rápida que la de otros pacientes. Usted se cuelga la medalla ante los socios de su bufete, a pesar de haber bailado claqué con aletas de buzo en el juzgado. Por nuestra parte, cumplimos con las nuevas políticas sociales que nos imponen. Es un win-win.

A Folch le incomodó el dardo del fiscal, pero en su rostro no pasó desapercibida una mueca de complacencia ante la oferta que acababa de escuchar. Apoyó de nuevo los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos de las manos. Sus años de experiencia en la abogacía no solo lo habían conducido a ser el socio cofundador de un despacho de abogados en el centro de Barcelona, sino que también le permitían escudriñar los pros y contras de una oferta en pocos segundos.

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