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—En su testimonio —añadió Ricky, levantando un dedo—, los guardias civiles justificaron las patadas a las señoras mayores para evitar que los golpearan a ellos.

Entre carcajadas, Ricky tiró las cartas sobre el tapete. Dio un sorbo a su Jack Daniel’s y una larga chupada al cigarro que sostenía entre los dedos.

—No voy.

—Treinta más —apostó Vila, manteniéndose al margen de la discusión política.

—Treinta —dijo Rafa.

—Que sean cincuenta euros —contestó Carbonell, lanzando dos fichas de veinticinco.

Los otros dos igualaron la apuesta.

Carbonell quemó una carta del mazo y sacó la siguiente, que abriría la ronda de apuestas del river, tras repartirse la quinta y última carta comunitaria. Solo le valía una carta, un nueve, indiferentemente del palo que fuese. A ello había arriesgado su apuesta y su rostro se mantuvo impasible cuando vio que el nueve de tréboles se unía, deslizándose por el tapete, a las cuatro cartas centrales.

—Cincuenta más —apostó Rafa, llevado por el alcohol.

—Lo veo —soltó Vila.

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