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“En el almacén trabajan Negrita, Hugo y Sergio, su hijo, más conocido como ‘El Topo’, aunque los fines de semana su hija Graciela les da una mano en la cocina y María, la hermana de Negrita, también. Es un emprendimiento familiar”, aclara Natacha. Entonces las empanadas y los pastelitos cobran valor. En esas recetas se está trasladando la historia de una familia. Sentarse en el boliche, hablar con Hugo y Negrita y probar estas delicias es una experiencia inolvidable y educativa.

“Creo que este tipo de negocios, los almacenes y pulperías de campo, son deseados por su autenticidad y por la calidez de sus dueños, por la calidad de la comida, que nos lleva a nuestra infancia o a esas historias que escuchamos contar a nuestros abuelos. Los turistas vienen a buscar ser parte de esas historias, sentir que prueban, junto a la comida un pedacito de tradición, de costumbre y de comida hecha con el alma”, resume Natacha la emotiva realidad que se vive dentro del boliche. Estas cosas hay que tomarlas en serio, dos vidas que se encontraron hace más de medio siglo, muestran su corazón.

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